Estamos ante una de esas series de culto capaces de arrastrar a miles de incondicionales seguidores,sin duda epatados por el sacrificio que hace de su piel Michael Scofield para liberar de la silla eléctrica por vias poco convencionales a su hermano Lincoln. Pero quizás su críptico tatuaje no sea más que un alarde visual,una forma de atrapar al espectador con un alarde de voluntarismo justificado,porque debemos reconocer que la cabeza de Michael está más amueblada que un IKEA,un portento de creatividad al que ayudan sus conocimientos de ingeniería.Y por si ello no fuera suficiente,la cárcel de la que tiene que escaparse junto a su hermano parece diseñada por él mismo,todo un alarde de facilidades para la fuga:tuberías de un metro de diámetro,frágiles paredes,suelo terroso en el subsuelo,cables que comunican el vallado exterior con el recinto y una relación casi fraternal entre el alcalde y protagonista que le permite moverse por el despacho de la máxima autoridad como Pedro por su casa.
Pero la gracia está en que van a ir cometiendo pequeños errores o van a requerir de determinados favores a otros presos,que como contraprestación van a exigir apuntarse al grupo de fuga,cada vez más numeroso.Hay un Bruce Willis,un Bustamante y otros personajes peculiares,con sus piques internos,inquinas y odios convertirán el éxito de la fuga en una auténtica odisea.
Hay que reconocer que la primera temporada engancha,tiene ritmo e interés creciente,lo que la convierte en una serie recomendable.
Entre sus puntos débiles,las interpretaciones de los hermanos protagonistas.Michael solo utiliza dos expresiones:la de chico circunspecto y la de ligón de discoteca haciéndose el duro mientras le observa una chica atractiva.En cuanto a Lincoln,sus únicas expresiones faciales son la de un estreñido que sufre en silencio y la del perdonavidas que deja vivir pero que si vuelve a verte serás alimento de gusanos.
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