viernes, 18 de noviembre de 2016

SHAMELESS (U.S): CON SEIS BASTA

Basta ver un solo episodio para darse cuenta de que estamos ante la familia más  peculiar y numerosa de todas las que pululan por las cadenas televisivas tras aquella entrañable  familia de finales de los 70 llamada "Con ocho basta"; allí convivían ocho, y no seis como en Shameless aunque sin duda eran menos conflictivos.
Si la serie fuera comida serían nachos con queso y jalapeños, una serie con mucha sal,densa y grasienta como el queso y muy picante si alternamos los jalapeños, eso sí, adictiva a rabiar, de consumo compulsivo.

La serie es ácida y dura, con un humor negro que surge de la continua sobreexposición a las desgracias porque todos ellos son supervivientes amenazados por Murphy y su terrorífica ley y también objetivo preferente del mal de ojo, víctimas de alguna maldición terrible que les convierte en Sísifos del infortunio,  incapaces de revertir un destino que parece inspirado en las Pinturas Negras de Goya.
Todos ellos intentan salir del agujero a base de tretas,trampas,atajos,picardía, pero también esfuerzo a base de esfuerzo; Lip, Ian y sobre todo Fiona son un ejemplo de lucha y coraje,  pero siempre se encuentran con muros que les impiden culminar sus objetivos.

Sus vidas son una montaña rusa de emociones, una lucha desigual ante la adversidad, un derroche de pasiones, una vida sin tabús, un lenguaje descarnado, la mala suerte con nombre... pícaros del Siglo XXI en busca de una estabilidad económica y afectiva que nunca llega.

El padre de los seis hijos es otra historia,otro mundo. Y es que William H. Macy, en su papel de Frank Gallagher, cabeza de familia en grado de tentativa hace de alcohólico amoral, vago y despreciable ¡Y está sublime! Solo un gran actor podría convencernos de que existe en la ficción un ser malévolo, un ser despreciable capaz de machacar y humillar sin descanso a su prole, un ser cuyo instinto paternal es un chiste de mal gusto...y todo ello sin perder ese atisbo de ternura que desprenden los perdedores.

La serie ha sufrido algunos altibajos a lo largo de las temporadas, algunas tramas
fueron prescindibles, incluso aburridas, pero nunca ha sido aburrida. Lo cierto es que requiere de una cierta complicidad por parte del espectador porque los Gallagher no siguen patrones lógicos ni previsibles de conducta, no hay que buscar coherencia en sus motivaciones, a veces son transformados en caricaturas de sí mismos, un continuo giro de tuerca hasta darla de sí, volviendo inestable el andamiaje, un armazón argumental en el que la provocación y la transgresión son parte fundamental.

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